sábado, 3 de julio de 2010

Un panzer sobre un castillo de naipes
















De entre los muchos detalles que deja un partido en que un gigante del fútbol (Alemania) arrasa a otro (Argentina), no puedo evitar quedarme con la sonrisa de Michael Ballack. Tras el cuarto gol teutón, las cámaras buscaron al mocetón de Chemnitz, involuntario espectador a pie de campo, encontrando en él una sonrisa de sincera complacencia.

El ya ex-centrocampista del Chelsea, ausente por lesión, ha comandado a la Mannschaft durante casi 8 años que se pueden considerar exitosos pese a la ausencia de títulos (finalista Mundial 2002 y Euro 2008, semifinalista en Mundial 2006). Por ello las alarmas saltaron cuando una terrorífica entrada de Kevin Prince-Boateng en la final de la FA Cup hizo trizas el tobillo derecho del "eterno subcampeón". Su liderazgo militar sobre la cancha se asocia con la más tópica imagen que se tiene de los alemanes. Recordamos su magullado e iracundo rostro en la final ante España, su cómico enfado con Ovrebo ante el Barcelona o intimidatorias discusiones con rivales, incluso con compañeros. Una especie de ogro, ansioso por ganar y quitarse su propio sambenito.

Pero Ballack sonríe. Y el mundo del fútbol tambien. Esta Alemania, según palabras del propio Löw, "exuberantemente juvenil", lo hace inevitable. Atrás queda la soberbia y la prepotencia. Mesut, Thomas y cía solo quieren divertirse.

Frente a ellos, la Argentina de Messi, prostituida a ser la del Maradona entrenador y "el gringo" Heinze. Su agónica clasificación no auguraba la brillante -en cuanto a resultados- fase de grupos realizada, ni su relativamente desahogado pase a Cuartos frente a México. Dicen que el ignorante tiene valor, y el sabio miedo. Diego Armando reafirmó ser de los primeros con constantes salidas de tono ante la prensa en la efímera borrachera de victorias de su equipo. Picó ante la cierta, pero politicamente incorrecta, acusación de Schwensteiger, aduciendo que su rival, ¡Alemania!, tenía miedo. Todo un brindis al Sol.

Bastaron dos minutos y la inestimable colaboración de Sergio Romero (el del AZ es buen portero pese a todo) para que el ¿planteamiento? de Maradona saltase por los aires. Un recogepelotas llamado Müller acarició con la testa un centro del renacido Schwensteiger para reclamar su trono como revelación absoluta del Mundial. El 1-0 dio relevancia a la pizarra, reflejando qué equipo tenía entrenador y cual una balbuceante pantomima en el banquillo.

Y es que los chicos de Joachim Löw, pese a su descarada juventud, leyeron el partido a la perfección. Aguantaron el caótico aluvión de Argentina, relegando al -con permiso de Holanda- presunto mejor ataque del campeonato a tímidos intentos de Higuain o Di María. Controlaron el partido en todo momento. Incluso en el minuto 20 Klose, tras una perfecta contra llevada por Muller, estuvo a punto de devolverles a la Pampa en tiempo record.

El descabellado sistema planteado por Maradona (con Maxi Rodríguez-Mascherano-Di María en el centro del campo, 2 extremos netamente ofensivos y un mediocentro eminentemente destructivo) apagó las luces incluso a un desesperado Messi, que se va sin marcar de este Mundial, al que se le vio bajar al medio frecuentemente en busca de un balón que no le llegaba. Pero ni él, ni un omnipresente Mascherano -el mejor de la albiceleste- pudieron evitar la debacle que llegaría en la segunda mitad.

El toque esteril de los argentinos se vio castigado por una Alemania que combinó un toque directo y preciso con efectividad. En el min.68, un siempre inteligente Muller, en un escorzo desde el suelo, dejó a Podolski en posición privilegiada para asistir con frialdad al oportuno Klose, que ya supera a Pelé en goles en los mundiales. Maradona puso la alfombra roja retirando a su lateral diestro Otamendi para introducir un acompañante para "Masche" (Pastore). Una suerte de 3-2-5. Los germanos provocaron una sangría en una banda sin lateral. Primero tras brillante acción personal de Schwensteiger que culminaría Friedrich, para luego certificar el 4-0 en otro preciso contragolpe entre Ozil, "Poldi" y Klose.

Grondona, el mandamás del fútbol argentino, deberá dar un paso al frente y descabezar por fin al ídolo, al mito, que se inventó como entrenador y que ha dejado la imagen del país por los suelos. Ver a los aficionados españoles, normalmente cariñosos con la albiceleste e historicamente hostiles a Alemania, cantando alegremente "Adios Maradona Adios", resulta ilustrativo.

Decía Matías Vallés en su columna de La Nueva España que "cada vez que veo a la Argentina de Maradona y Heinze" -agresor de cámaras, plusmarquista mundial en recorrerse todo el verde para protestar al colegiado, violento disfrazado de pícaro- "deseo que pierdan todos los partidos por siete a cero". Casi. Mientras, Ballack y yo seguiremos sonriendo.

Ficha del partido aquí.

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