Quien suscribe, sostiene que actualmente el auténtico cine se encuentra en la pequeña pantalla. Y en dosis semanales. Compartir este pensamiento implica, universal e ineludiblemente, haberse sumergido en el mundo de "Los Soprano" alguna vez. El gesticulante Chris Moltisanti, estelar personaje de la serie de HBO, monopoliza una cita célebre con la que provoca sistematicamente las risotadas de los respetables caballeros italoamericanos, ya sea en un funeral o en la trastienda del Bada Bing: "¿No os parece una coincidencia que Lou Gehrig muriera de la enfermedad de Lou Gehrig?"
Al igual que el mítico primera base de los Yankees, Italia ha muerto víctima de su propia enfermedad. Las victorias italianas, como los hunos de Atila, suelen dejar tras de sí un reconocible rastro de destrucción: caras de estupefacción, lágrimas de impotencia, sentimiento de injusticia...incredulidad. Te embriagas de una falsa sensación de control, te confías, adelantas líneas y comienzas a atacar. Y cuando crees que les tienes contra las cuerdas, surge ese abstracto concepto llamado "épica italiana". En forma de penalty injusto, de genialidad de un Del Piero o un Baggio fantasmales el resto del partido, de una expulsión omitida, de un balón parado provocado la única vez que pasan del centro del campo. Preferentemente, en el tiempo de prolongación.
Ese fútbol defensivo y conservador grabado a fuego en el alma italiana, emblema e identidad del que sus tifossi sienten un chirriante orgullo desde tiempos inmemoriales, se ha metastatizado. Paraguay, Nueva Zelanda y Eslovaquia, víctimas propiciatorias a priori, descrubrieron las vergüenzas de una plantilla limitada como no se recuerda a la azzurra. La fórmula: aplicarles su propia medicina.
Una Paraguay llena de medianías de mediocampo hacia atrás les hizo sudar tinta para sacar un empate. Entonces, una Italia aún segura de sí misma, confió en la debilidad del próximo rival. Nueva Zelanda: 3 millones de habitantes, su deporte nacional es el rugby, clasificados en una eliminatoria frente a Bahrein, cuya estrella es un defensa central del Blackburn Rovers conocido solo por "parabólicos", Ryan Nelsen. La clásica cenicienta. Pero, rozando el esperpento, Italia empató, mereciendo perder, ante los heroicos "all whites". Había que agotar el último cartucho: el peso de la historia.
Una Eslovaquia decepcionante, donde el talento del goleador Sestak, la calidad de la diminuta joya del Twente Stoch o el liderazgo del fenomenal Marek Hamsik, eran meras sombras de sí mismos. La tranquilidad de los italianos era pasmosa ante una situación de vida o muerte deportiva: absoluta confianza en su identidad, en que los tímidos eslovacos se rindieran ante la lógica. Incluso parecían disfrutar de darle otra bofetada al mundo clasificándose agonicamente para luego llegar tan lejos como siempre.
No contaban con Robert Vittek. Este currante del fútbol que alcanzó cierta notoriedad en Bundesliga con sus goles en el Nuremberg, vivió esa noche el momento de gloria que ninguna otra competición puede dar. El eslovaco, que en su juventud estuvo a punto de ingresar en la cantera del Real Madrid, selló con 2 goles de "killer" el destino de Italia. La ironía hizo que, con 2-0, Lippi buscase el empate con los únicos atisbos de talento de que disponía: Di Natale y Quagliarella. El primero recortó distancias, y vimos como el segundo, poco después, firmaba el empate en fuera de juego........No, esta vez no. El árbitro invalidó el gol. Algo les empezaba a fallar.
Ante la pasividad de la zaga azzurra, Kopunek hizo el 3-1 para los eslovacos. Pero Italia siguió confiando en el milagro. Los resultados les daban la clasificación con un mísero empate, ¡con solamente 3 puntos!. "Estos empatan", proclamaban resignados futboleros de todo el mundo. Min.92: Quagliarella, hacía el 3-2 con un gol de bellísima factura. La profecía parecía cumplirse palabra por palabra.
Último minuto: Italia asedia. Balón al segundo palo, Simone Pepe absolutamente solo, le pega con el alma de todo un país. Pero el esquivo Jabulani se marcha fuera. La épica les ha abandonado por fin.
De Rossi, Camoranesi, Montolivo, Pirlo, Gilardino, Chiellini......fantasmas vestidos de azul. Y sobre todos ellos, dos culpables principales:
Lippi: el seleccionador italiano prescindió de Totti, Cassano o Giovinco, no tuvo valor para darle la titularidad a jóvenes como Quagliarella en favor de pesos pesados en mal momento de forma y no ha sabido llevar la transición entre la vieja y la nueva generación.
Cannavaro: tras completar dos desastrosas campañas consecutivas en Madrid y Turín, Lippi siguió apostando por el veterano defensa de 36 años. Un inadmisible carrusel de fallos graves en todos los partidos del supuesto lider de la defensa italiana le costó caro a su país. Irresponsable por su parte el no haber renunciado a la selección a tiempo, no supo medir sus condiciones.
Sí hay algo que agradecer a los italianos: han conseguido la unanimidad en los medios españoles. Todos narraron su eliminación con una sonrisa de oreja a oreja. No seré yo quien discrepe.
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